Entrar en la emergencia del Hospital Pasteur- con todo el respeto que me merecen sus trabajadores y la salud pública- es como probar un poquito del infierno...
Esperas interminables, virus, bacterias, suciedades del cuerpo y alma.
Un tísico que no quiere cubrir su boca, dos diabéticos en tratamiento con las heridas de sus piernas expuestas, un enfermo de sida al lado, accidentados, pastabaseros, algún indigente perdido en el alcohol, neumonía enfrente, hepatitis en la punta.
Este panorama lo sufrimos dos días, pero hay gente que está meses allí, a la espera de una cama en una sala común.
Esperar y esperar...que te atiendan, que no te despierten de golpe a medianoche; esperando en una dura camilla aunque te duela el cuerpo, durmiendo de a ratos... Como estar en el limbo.
Alcohol en gel es el único bálsamo que existe para atenuar un poco los peligros de ese lugar. Imagino que todas las emergencias de todos los hospitales públicos se parecen a éste.
Me recuerda mucho las imagenes del infierno de Dante...Francesca y Paolo eternamente girando en ese espiral infernal, sin llegar nunca a tocarse.
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